
Las personas tenemos muchos recursos que no utilizamos, porque al quedar entrampados en pautas rígidas y repetitivas de interacción, dejamos de lado formas de comportarnos, de sentir, de pensar, de decir y de emocionarnos que podrían generar nuevas alternativas.
Marinés Suares
Las relaciones interpersonales traen consigo inevitablemente la aparición de conflictos. A menudo asociamos el término conflicto a situaciones extremas de agresión y hostilidad, pero la mayoría de los conflictos que tienen lugar en el contexto familiar, están relacionados con la dificultad para llegar a un consenso y tienen el punto de mira puesto sobre algún tipo de desacuerdo.
En la consulta clínica es muy habitual que los pacientes que acuden se encuentren inmersos en conflictos que tienen como protagonistas a varios de sus miembros. En muchas ocasiones, la evolución natural que implica el ciclo vital de la familia, conlleva la aparición de fricciones y tensiones entre las diferentes generaciones que componen el grupo familiar. Cabe mencionar en este tipo de conflictos generacionales las frecuentes tensiones que se producen entre los padres y el adolescente que busca más autonomía, empujado por su necesidad de diferenciación. Otras veces nos encontramos con tensiones provocadas por la intromisión de los padres y/o los suegros en las decisiones parentales de una pareja que se estrena como progenitores.
Las escaladas o pulsos de poder también son frecuentes como estrategia de afrontamiento de las tensiones conyugales entre los miembros de una pareja. Pero también la pareja discute en su faceta parental. Los conflictos parentales tienen su origen en los desacuerdos relativos a la crianza y educación de los hijos.
Los conflictos fraternales son frecuentes en edades tempranas de los hermanos como consecuencia de los celos o comparaciones favorecidas por el entorno. De adultos, es más habitual que las disputas entre los hermanos tengan que ver con desacuerdos por el cuidado de los padres ancianos o por discrepancias en el reparto de la herencia.
La forma que adquiera el conflicto dependerá de la actitud ante el mismo, de las creencias, de las experiencias anteriores en su solución y de los modelos de gestión del conflicto que hemos recibido en nuestras familias y contextos escolares. Volviendo a los conflictos conyugales podemos encontrarnos con que uno de los miembros de la pareja proviene de un entorno familiar en el que los conflictos no se expresan abiertamente; la creencia que se tiene sobre ellos es que generan emociones negativas, son incómodos, sin embargo, la actitud que muestra frente a ellos es como si no pasara nada y que deben ser evitados como estrategia de solución. Es decir, el modelo de gestión del conflicto aprendido es de evitación y esta estrategia puede colisionar con el modelo de solución de su pareja si ésta adopta una actitud de confrontación o enfrentamiento frente al conflicto. Por lo general, quien tiene una actitud de enfrentamiento tiene la creencia de que el conflicto es un asunto en el que se está jugando ganar o perder la razón frente a un desacuerdo y se mostrará altamente competitivo frente al otro. Mientras tanto, el otro cónyuge que mantiene una actitud de evitación es fácil que niegue el conflicto a la pareja o que se muestre con actitudes de acomodación o adaptación hacia el cónyuge.
Las actitudes solucionadoras pasan por reestructurar la creencia de que los conflictos simplemente son malos, por la idea de que los conflictos forman parte de la naturaleza de la interacción entre las personas. Es importante que la actitud que se tenga no sea la preocupación por ganar o perder, sino más bien la de encontrar una solución compartida por ambas partes, en la que todos ganen aunque para ello todos deban renunciar o ceder en algo. En vez de posicionarnos en la disyuntiva de gano o pierdo la probabilidad de alcanzar acuerdos más creativos, duraderos y beneficiosos es cuando la actitud ante el conflicto es la de gano y gana.
Mientras que las actitudes competitivas ante el conflicto, en las que es principal el interés por uno mismo frente al interés por el otro, suelen dificultar la solución de la discrepancia, las actitudes de colaboración en las que el interés por uno mismo y por el otro es alto, dan lugar a acuerdos más estables en el tiempo y a negociaciones más creativas. Es fundamental poder caminar de nuestras posiciones personales en el conflicto a colaborar en su solución pudiendo llegar al terreno del interés común y poder responder a preguntas como qué nos interesa, qué necesitamos o qué es más beneficioso para todas las partes.
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