
Las personas complacientes se muestran muy agradables, cuidadosas y preocupadas por generar bienestar en los que les rodean. Pero detrás de esa fachada se esconden personas con una definición de sí mismas y una autoestima muy condicionadas por la necesidad de aprecio y por el miedo al rechazo. Hay más preocupación por el daño que ellos puedan producir que por el malestar que ellos puedan sentir al no limitar las actitudes de los demás.
Esta necesidad de aprecio versus el miedo al rechazo puede dar lugar a que se adopten actitudes de subordinación y sumisión frente a las necesidades de los demás, quedando en un segundo lugar los propios deseos e intereses. Suelen ceder con frecuencia ante la discrepancia de opiniones y delegar en decisiones importantes, debido a la falta de asertividad a la hora de poder decir que no o de marcar límites a los demás.
Resulta frecuente que ante los conflictos con los demás se muestren evitadores y prefieran actuar conforme a lo que creen que se espera de ellos. Si actúan a favor de su criterio, lo habitual es que experimenten sentimientos de culpa por no mostrarse complacientes e inquietos ante el miedo al rechazo y la crítica del otro.
Debido a que son actitudes que suelen acompañar a sus protagonistas desde tiempo atrás, muestran una escasa capacidad para identificar cuáles son sus propias necesidades, que por supuesto las tienen; pero ese entrenamiento en poner el foco en los demás y su felicidad, dificulta la mirada hacia uno mismo. Al estar en función de los demás, condicionan las decisiones y priorizan las necesidades y criterios del otro en detrimento de uno mismo. La persona complaciente tiene dificultades para buscar tiempo y espacio para sí misma en el que elija conscientemente actividades y personas y valore su propio disfrute.
Las personas complacientes en su actitud de procurar el bienestar para que les aprecien y les quieran, intentan generar una necesidad de sí mismos en los demás. Necesitan que les necesiten.
Debido a que se sobreadaptan a los demás para disminuir la crítica y asegurar la valoración, se comportan con mayor flexibilidad hacia el entorno y sin embargo hacia ellos mismos actúan con mayor rigidez y autoexigencia.
Presentan una elevada responsabilización del bienestar de los demás que se manifiesta en distorsiones cognitivas que dan lugar a un discurso cargado de la expresión “debería” o “tengo que”, así como un uso excesivo de fórmulas de disculpa como “perdón” y “lo siento”, sin olvidar las reiterativas fórmulas de agradecimiento.
Experimentan sentimientos de ira debido a que si uno no aprende a poner límites y a decir que no, los demás pueden percibir esa tendencia a la sumisión y aprovecharse de las actitudes complacientes lo que a la larga genera sentimientos de aprovechamiento y abuso de la confianza. Por el contrario, cuando los demás no se comportan con ellos con la misma dedicación y complacencia tienden a sentirse decepcionados. Una frase muy habitual en las personas complacientes suele ser “yo doy más de lo que recibo”. Puesto que se adelantan a la petición de ayuda de los demás y siempre tienen una actitud muy dispuesta de colaboración en la felicidad del otro, consideran que los demás deberían darse cuenta de que necesitan ayuda al igual que hacen ellos. El complaciente se anticipa a la petición de ayuda ajena y por eso espera el mismo comportamiento a la inversa. Pero si se les anima a expresar lo que necesitan y a contar sus problemas su respuesta será que “no quieren molestar a nadie o resultar pesados”, para a continuación responder, sin dudarlo, que al contrario ellos no se sentirían agobiados en ayudar por los mismos motivos.
Es necesario aprender a practicar un “egoísmo sano”, actitud mediante la cual poder priorizar nuestras decisiones y criterios propios sin temor a estar en desacuerdo con otros puntos de vista, propuestas o necesidades y sin que el miedo al rechazo provoque posiciones de subordinación frente a los demás.
El complaciente debe aprender a sentirse querido por quién es y no por lo que sacrifica y renuncia para satisfaccer las necesidades ajenas.
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